Redactado: Por Maria Lacerda de
Moura.
Fuente del texto de la edición: Aurora, N° 10, Enero
2017 (San Salvador, El Salvador), pág. 10-12; texto extraído de la Revista
Estudios, Año IX, N° 95, Julio 1931. Pág. 19-21.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 27 de agosto
2025.
No estará demás que declare, ante todo, que no soy feminista, no pertenezco a ningún partido, no exploto ni me sirvo de ninguna grey, no ejerzo ningún apostolado, no tengo religión alguna ni rumio en ningún rebaño académico o moraliteísta. Sólo creo en mi dios interior que sueña con mis sueños, duerme, se solaza, canta y aspira en cada uno de los estremecimientos de la Naturaleza buscando constantemente una forma siempre más bella en la fantasmagoría de los mundos y de los sueños...
Estoy libre de muletas. Me he emancipado de todas las iglesias religiosas o laicas.
No pertenezco a ninguna asociación femenina «Pro Voto» ni soy del partido militarizado y militante del feminismo bélico. Me repugna igualmente el ejército catequístico de ciertas damas de Estropajosa.
Gracias a las muchas experiencias sufridas aprendí a huir de los rebaños. de las sociedades y de los credos, me libré de las muletas —según la feliz expresión de Krishnamurti— deserté de las barreras de la grey social y me siento libre para respirar en el campo abierto de mi individualismo reivindicando el derecho de todo ser humano.
La sociedad es la limitación fatal de los derechos individuales. En todos los tiempos, los partidos del «populacho de arriba» oprimieron al «populacho de abajo». Pero aun cuando se inviertan los papeles todo volverá al punto de partida.
En todos los tiempos y en todos los países, ya bajo la rotulación de liberales o de conservadores, o ya bajo la de demagogos socialistas o aristócratas: ora con oligarquías, ora con plutocracias o imperios —el nombre es lo de menos—, el hombre procura escalar posiciones que le permitieran —ya sirviéndose del derecho de la fuerza, ya recurriendo a la fuerza del derecho de sus leves— pisotear a los de abajo.
Para alimentar su orgullo o para dar satisfacción a sus feroces instintos, procura mandar, tiranizar, para hacerse servir por la cobardía moral del rebaño domesticado a través de las tradiciones. de la rutina, de la educación y de los preconceptos: a través, en fin, de la imbecilidad humana.
Siempre bubo castas dominantes y masas acarneradas, señores y esclavos, déspotas y vasallos, explotadores y explotados. Es la fatalidad social contra la que no hay apelación posible.
La servil imbecilidad del género humano es infinita. Los nietszcheanos «superelefantes de la voluntad de dominación», tuvieron y tendrán siempre su claque y su ejército, su policía secreta, y sus vasallos sumisos y fieles, sus escritores prostituidos y sus lacayos incondicionales: los pensadores de rebaño. los sacerdotes, algunos poetas y científicos, todos los moraliteístas y los filósofos repetidores, todos los que comulgan con las ruedas de molino del vasallaje reaccionario y que viven encorvados reverentemente ante los Césares del poder gubernamental o ante los Cresos — reyes del acero, del oro, del petróleo o de las armas de guerra.
A la vista de todo esto se ha descubierto, justamente ahora, que el siglo xx es el siglo de la mujer. Hase visto que existe una energía femenina digna de ser tomada en cuenta, digna de ser explotada. Apercibióse el hombre de que su compañera podía serle de muchísima utilidad material y dedicóse a explotar la carne femenina, el trabajo femenino o la sensibilidad de la mujer.
Por esta causa —dentro y fuera del casamiento— todo puede ser calificado de prostitución. todo es esclavitud. Sujeción para toda la vida a uno solo o a varios y por tiempo determinado. Sujeción del cuerpo, explotación del trabajo. esclavitud de la razón... la mujer vive «al servicio» de la esclavitud so-cial.
Las innumerables necesidades lanzadas en la vida por la civilización industrial, arrastraron también a la mujer hacia el tormento del trabajo obligatorio y absorbente.
Surgieron nuevas y enconadas luchas de competencia entre ambos sexos estimuladas por este descubrimiento sensacional. Y la eterna tutelada, dos veces esclavizada en nombre de la reivindicación de sus derechos. en nombre de la emancipación femenina. en nombre de tantas banderas. de tanto Ídolos: patria, hogar, virtud, honra, sociedad, religión. derechos políticos y civiles. Feminismo, comunismo, sindicalismo, fascismo, revolución. etc., etc., continúa siendo un instrumento manejado hábilmente por el hombre para sus fines sectaristas, dominantes, políticos, religiosos o sociales.
La mujer no ha apercibido, y tal vez no lo verá nunca, el truco de que se valen los escamoteadores de la civilización unisexual.
Los comunistas instigan a la mujer a trabajar para el advenimiento de la dictadura «proletaria» preconizada por la Madre Rusia. Son, según la maravillosa expresión de Han Ryner. los «escultores de montañas». Su divisa es la de todo rebaño: «…fuera de nosotros no hay salvación...».
Los anarquistas revolucionarios de la «santa violencia» quieren que la mujer vaya con ellos a sonar barricadas y a gritar en las plazas públicas como en casa: «;Viva la revolución! ¡Abajo la burguesía!», como si todo quedase solucionado así.
Los «en dehors» la quieren en el amor organizado como cooperative de producto y consumo; en la camaradería amorosa... es decir, como instrumento sexual.
De entre las que acabo de citar, conozco a muchos que se rotulan con los más variados nombres y, sin embargo, sólo se interesan por su propia libertad y por el triunfo de su partido, sin la menor preocupación por la mujer, desconociendo en absoluto sus derechos y sus necesidades. Conozco libertarios cuyo hogar es burguesismo.
Tanto los laboristas como los sindicalistas, los propagadores de cualquier religión, los sacerdotes revoIucionarios como los clericales, los socialistas demagogos, los feministas, los partidos políticos, todos, absolutamente todos procuran ahogar las verdaderas necesidades interiores de la mujer, todos sofocan sus más altas aspiraciones en el caos de las competencias de partidos o en las del progreso material absorbente, la sumergen en la loca actividad de la vida moderna para que sea devorada por esa civilización de explotadores y de vampiros.
La esclava eterna que creyó reivindicar sus derechos, que pensó se dedicaba a su emancipación, siéntese cada vez más llena de responsabilidades, y su desesperación, irritabilidad y desaliento crecen a medida que desaparecen las ilusiones. Porque, hasta el momento actual, ¿cuál fue el partido o el programa que haya presentado una solución real al problema femenino?
En realidad, ninguno. Porque la mujer es esclavizada bajo otros muchos aspectos, después de la victoria de una reivindicación de cada partido o de cada idea.
Al despertar para entrar en el trabajo social, su actividad es desviada hacia la defensa de las «verdades muertas», de las «mentiras vitales», dentro de la rutina, de las tradiciones, de los prejuicios de otro orden. de la reacción conservadora o revolucionaria.
La vacunan con el suero de los ídolos nuevos y la hacen incapaz para subir más arriba. para escalar ideales más elevados, y se agarran desesperada- mente a las muletas milenarias. Antique los ídolos se bauticen con nombres nuevos o con programas de- moledores. lo real, lo irrebatible es que el ídolo continúa siendo siempre el mismo: Moloch devorador.
Al incorporarse al movimiento social, la mujer hase convertido en un instrumento creador de nuevos altares y se ha arrojado a una Iucha sangrienta, lucha sin treguas. que los hombres, caníbales de la civilización material y de las ambiciones desmedidas, alimentan, con el miraje de la vanidad loca de vencer dentro de «su» partido, en medio de «su» rebaño, entre «sus» compañeros de ideales, para dominar, para llegar a ser señores de esclavos o de explotados y exterminarlos en nombre del Amor y de la Justicia, en nombre, sobre todo, de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad...
La mujer, como digo, se ha convertido de víctima en cómplice de otras tiranías, se ha hecho apta para otra especie de domesticidad.
Y es así como en la creencia de una liberación continúa siendo explotada su sensibilidad bajo la capa criminal de los evangelios nuevos, de los partidos recientes o de las organizaciones ultramodernas.
Bajo el pretexto de reivindicaciones feministas se ha desfocado nuevamente su razón y se aparta cuasi definitivamente del verdadero problema femenino, que es el problema humano del derecho a la vida, como lo tiene todo animal de la escala zoológica, la reivindicación individual de sí misma, el derecho a ser ducha de su propio cuerpo, de su voluntad, de sus deseos y de su expansión mental, para vivir la vida en toda la plenitud de sus posibilidades latentes.
Que aprenda a ser libre para poder libertarse de las propias cadenas de los instintos que no están acordes con nuestras necesidades actuales (como, por ejemplo, el instinto de amar a la fuerza bruta, el instinto guerrero, etc.), instintos inferiores todos ellos, a fin de ascender hasta el piano superior donde penetra nuestra alma el ansia de ser algo más que instrumento de voluptuosidad y de explotación, para escalar un grado más elevado de individualidad a través de la libertad de vivir para su propio corazón y de pensar por su propia mente.
Mientras la mujer se deje llevar por los otros, mientras se confíe a la ingenuidad o a la malicia de los partidos, de los programas, de los votos, de las caridades, de los deberes —ídolos del hogar, de las sociedades, de los privilegios, de las convenciones —patria, familia, religión y el «qué dirán»—, será la eterna explotada por la fatalidad social, por la imbecilidad humana y por la chulería legal y moraliteísta.
Es el problema ibseniano de Nora en Casa de Muñecas. Es el problema hanryneriano del individualismo neoestoico, es el individualismo de la voluntad de armonía interior, de la realización subjetiva.
La mujer tiene prisa por laborar. Pero hay que tener en cuenta que sólo puede ser dadivoso quien tiene las manos repletas.... que sólo podemos entregamos al mundo cuando tenemos el conocimiento y la certidumbre interior de que lo que vamos a dar no perjudicará al semejante.
Sólo podrá sembrar cuando logre recolectar algo en sí misma. Primero tengo que conocerme y, enseguida, debo realizarme. Sólo después, bastante tiempo después, podré recoger para sembrar...
Cometo el más inconsciente de los crímenes si alimento a los demás con el indigesto manjar que me hicieron engullir con la educación y la rutina social; este alimento no es otro que el patriotismo, la religión, la familia y la sociedad, que, a su vez, crean, multiplicándolas, nuevas formas de sujeción.
¡Cuántos ídolos!... ¡Cuántos ídolos para perpetrar los crímenes de lesa humanidad, de lesa felicidad humana, de lesa libertad individual! ¡Y cuán lejos estamos de nosotros mismos!
Doblemente esclava, la mujer. Protegida (?) milenaria del hombre, en su cuerpo y en su razón; instrumento de explotación de los ídolos, de los partidos, de las religiones y de los programas: en resumen, es la esclava social.
¡Y es esa mujer la educadora de la infancia! ¡Cuánto absurdo, cuánto cretinismo, cuánta barbarie patriótica, cuánta estupidez honrada y virtuosa en la escuela, en el hogar y en la juventud!
Y es esto lo que repiten los millones de profesores del mundo entero para la conservación del fósil del pasado reaccionario, con el dominismo de los sacerdotes, de los reyes, de los demócratas demagogos, de los militares y de los capitalistas.
Este es el orden social y no hay otro instrumento para su conservación como la mujer. Nuestra civilización no es otra cosa que ese cadáver que tamo nos cuesta arrastrar...
¿Hasta cuándo?...
¿Volveremos acaso a un punto de partida?
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